La primera piedra de un proyecto que se anunciaba grandioso fue colocada el 2 de mayo de 1936. En la isla alemana de Rügen, bañada por el mar Báltico, Adolf Hitler ordenó la construcción de la que debía ser una gigantesca ciudad de vacaciones para adoctrinamiento de la clase obrera nacionalsocialista: Prora.

Planificada para alojar a 20.000 personas a la vez, la larga fila de bloques en primera línea de mar no llegó a cumplir el sueño de verano que la propaganda nazi prometía a los trabajadores alemanes de los años treinta. Las obras siguieron hasta 1939, pero el proyecto fue abandonado al estallar la Segunda Guerra Mundial, con el régimen abocado al esfuerzo bélico.

Los edificios construidos ahí quedaron, ocupando 4,5 kilómetros de longitud, y en los decenios siguientes experimentaron usos y desusos diversos, incluidos el abandono y el pillaje.

El molesto legado –una mole de ocho bloques rectangulares, de 550 metros de longitud cada uno y con 6 plantas, que sumaban 10.000 habitaciones– regresa ahora del olvido, envuelto en una polémica recurrente en Alemania cuando se trata de qué uso dar a inmuebles del Tercer Reich que sobrevivieron a la caída del nazismo y a las ruinas de la guerra.

Empresas inmobiliarias que fueron comprando bloques de Prora al Estado alemán a partir de la reunificación del país en 1990 están ahora rehabilitándolos y convirtiéndolos en apartamentos de lujo.

Hace frío y viento en este día laborable de octubre, y la playa está brumosa, aunque nos aseguran que en la claridad y calidez del estío se divisan desde aquí los preciosos acantilados blancos de Rügen, en el otro extremo de la bahía de Prorer Wiek (de ahí el nombre, Prora), y puede incluso atisbarse la costa sueca. Pero a nadie se le pasaría por la cabeza descalzarse ahora para pasear por la arena blanca típica del Báltico ni acercarse a las suaves olas de este mar encajonado.

Pese al clima adverso, un buen número de visitantes acude estos días a Prora a asomarse a los barracones en los que las empresas promotoras publicitan detalles de sus apartamentos. Los precios van desde los 350.000 euros de un piso de 90 metros en planta baja a los más elevados de los áticos con terraza, a la venta desde 680.000 euros. Los dúplex rondan los 900.000 euros. No faltan compradores, la mayoría alemanes, aunque también hay suizos y rusos; se dice que el 80% de los pisos están ya vendidos, pero al tratarse de diversas inmobiliarias no hay una cifra oficial conjunta.

Rolf y Kerstin Köhler, con su bebé en el carrito, han venido desde Hamburgo y están pensando en comprarse un apartamento. “Están en primera línea de playa, es un lugar excelente, y hay ventajas fiscales porque son edificios protegidos”, dicen. Clientes y curiosos conviven con las cuadrillas de obreros de la construcción, en un ambiente de obras, con grúas, carreteras enlodadas y camiones transportando material. El origen nazi de Prora no parece ser un inconveniente para los posibles futuros propietarios, en parte porque el sitio no está manchado de sangre de modo directo como otros lugares del nazismo.

Las obras para levantar lo que en su época era apodado como el coloso de Rügen o el baño de los 20.000 duraron de 1936 a 1939. Prora formaba parte del plan de adoctrinamiento de los obreros alemanes tras la violenta disolución de los sindicatos en 1933, año en que Hitler se hizo con el poder. Sus dirigentes fueron apresados, y las propiedades sindicales, confiscadas. Sabedor de que era necesario un organismo que ocupara ese espacio, Hitler creó el Deutsche Arbeitsfront (DAF, Frente Alemán del Trabajo), en el que todos los obreros del país quedaron encuadrados. Su jefe, Robert Ley, formuló la meta sin ambages: “El objetivo final del Frente Alemán del Trabajo es la educación de todos los trabajadores alemanes en la visión nacionalsocialista”.

En el seno del DAF se creó una organización para atender el ocio obrero, Kraft durch Freude (KdF, Fuerza a Través de la Alegría), que se lanzó a emprender proyectos de largo alcance. Así, en lo que hoy es la ciudad de Wolfsburgo, sede de la compañía automovilística Volkswagen, la KdF impulsó la fabricación del llamado coche del pueblo (eso significa la palabra Volkswagen), para el que ahorraron muchas familias alemanas sin llegar a recibirlo debido a la guerra. La KdF también fletó barcos para cruceros y empezó a construir Prora, la primera de las cinco ciudades de vacaciones que planeaba el régimen.
“Se trataba de inculcar la idea de Volksgemeinschaft, es decir, de una supuesta comunidad nacional homogénea, en lo político y en lo racial, pero que en realidad era una comunidad excluyente, pues sólo admitía a arios, sanos, heterosexuales y adictos al régimen”, explica Katja Lucke, historiadora del Centro de Documentación de Prora, museo privado instalado desde el 2000 en uno de los bloques. “Este lugar gigantesco debía hacer que los elegidos para veranear aquí se sintieran también parte de algo grande –añade Lucke–, lo cual incluía educarles ideológicamente para el trabajo y para la guerra”.

El museo organiza visitas guiadas por el complejo vacacional, en las que es posible echar un vistazo no sólo a los maltrechos vestigios, sino también a la zona accesible de las obras actuales. Ante una audiencia de mayoría alemana, la guía, Sabine Sakuth, cuenta un chiste de la época para ilustrar los objetivos reales de Prora. “Pregunta: ¿para qué quiere el DAF enviar a obreros en verano de vacaciones al mar Báltico? Respuesta: para que se pongan braun (morenos)”. En alemán, braun significa tanto moreno como pardo, el color de las camisas nazis.

Concebida por el arquitecto Clemens Klotz, Prora resultó una edificación monumental, moderna y funcional, más ecléctica que típicamente nazi, con toques de Bauhaus y neoclasicismo, cuyo diseño ganó el Grand Prix de arquitectura en la Exposición Internacional de París de 1937. Todas las habitaciones daban al mar, cada una de 5×2,5 metros, con dos camas, un armario, mesa y asientos, y un aguamanil. “En la práctica, cabían el marido, la esposa y el hijo número uno –apunta la guía en la visita–, pero se colocaron puertas comunicantes para poder asignar dos habitaciones a las familias con más hijos”.

Había calefacción y agua caliente. Los pasillos, y los baños y duchas compartidos, se ubicaban en el lado del bloque que daba a tierra, y los comedores y salas de ocio eran también comunitarios. Todo el complejo turístico debía ser servido por 2.100 empleados. Estaban también previstos piscinas, cines, teatros, cafeterías y dos muelles que se adentrarían en el mar para el atraque de los barcos. Pero no llegaron a realizarse; sólo se construyó un tramo del paseo marítimo con ladrillos rojos, por el que en la actualidad es aventurado transitar. “La idea era que pudieran llegar por tren dos mil personas al día y marcharse otras tantas”, explica Sabine Sakuth sobre el planteamiento organizativo de este turismo de masas nazi. Las estancias iban a ser de una semana o diez días, a precios muy económicos. El coste del proyecto fue de 237 millones de marcos de entonces, que ahora corresponderían a unos 850 millones de euros.

En el Centro de Documentación de Prora ven con inquietud la conversión de los bloques en apartamentos de lujo. “Estos edificios resultan fascinantes porque son enormes, y es verdad que no todos los edificios nazis pueden ser museos o centros de documentación, es comprensible que se les dé otra utilidad –razona la historiadora Katja Lucke–. Pero eso no puede ser a costa de borrar el pasado o de banalizarlo; es preciso explicar el contexto del lugar”. En un bloque cercano existe otro museo, el NVA-Museum, dedicado al acuartelamiento en Prora del Ejército Rojo y luego del ejército de la extinta República Democrática Alemana (RDA), pues la isla de Rügen quedó en la zona comunista de la Alemania dividida por la guerra fría. Ni un museo ni el otro están seguros de sobrevivir a esta fiebre inmobiliaria.

“No todo aquí es turismo de vacaciones; hay gente que vive de modo estable en estos pisos y trabaja en Binz o Bergen, localidades que no están lejos”, aclara Anja Springer, que en febrero del 2015 abrió con su marido Tino el café Strandläufer en los bajos de un bloque ya rehabilitado. Springer, de 36 años y nativa de la isla de Rügen, trabajó en hostelería en Mallorca y Austria, antes de que ella y su marido berlinés decidieran mudarse con sus dos hijos y abrir negocio en Prora. “No hay muchas oportunidades laborales en la isla, y la hostelería funciona por ofertas de todo incluido, así que decidimos establecernos por nuestra cuenta”, dice, evocando el alto paro en Mecklemburgo-Antepomerania, land del que Rügen forma parte.

En el fondo, se trata de una inyección económica para la zona. El pasado verano abrió sus puertas el hotel Prora Solitaire, con oferta adyacente en otros formatos: aparthotel y apartamentos de alquiler o de compra. Las otras inmobiliarias ofrecen pisos también en diversas modalidades. “Con los bajos intereses bancarios actuales, esta es una gran inversión; sale más a cuenta comprar un apartamento en Prora que alquilar uno en las otras localidades turísticas de Rügen”, defiende en un vídeo promocional Gerd Grochowiak, gerente de la firma Irisgerd, que está construyendo su promoción Neues Prora en otro bloque, a concluir el año que viene. “Yo mismo he reservado un piso para nosotros, y mi familia está feliz; cerca del agua, playa maravillosa, creo que no queda en Alemania nada parecido”, afirma Grochowiak.

En el vídeo promocional hay apenas una sutil mención a la palabra historia. Sin embargo, está en todas partes. Robert Ley, el jefe de la KdF que procedió a colocar la primera piedra de Prora, se suicidó ahorcándose en su celda de Nuremberg el 24 de octubre de 1945, un mes antes de que empezaran los procesos a los líderes de la Alemania nazi, en los que se le acusaba de crímenes de guerra. El tal Ley había dominado con su bota, en la cúspide de su poder, esta misma playa.

Göring y el Ministerio de Finanzas

La reutilización de edificios del Tercer Reich para usos no museísticos o de memoria histórica siempre ha generado intensos debates en Alemania. En Berlín, el enorme inmueble sede del Ministerio de Finanzas fue en época nazi el Ministerio del Aire, centro de poder de Hermann Göring. Construido entre 1935 y 1936 por el arquitecto Ernst Sagebiel, es un típico ejemplo de arquitectura monumental nazi, y pese a su rol bélico crucial, salió casi indemne de los bombardeos aliados. Al quedar en Berlín Este, fue utilizado por las autoridades de la RDA. Tras la reunificación, algunas voces proponían derruirlo, pero se impuso la visión de que “permite mantener viva la historia y funciona como advertencia para que las generaciones futuras no olviden ese capítulo del pasado de Alemania”, arguye el Ministerio de Finanzas. En Prora, los bloques fueron usados por el régimen nazi como centro de instrucción de policía, alojamiento de refugiados del bombardeo de Hamburgo y del este, y hospital militar. En época de la RDA, hubo soldados soviéticos y germanoorientales, y con la reunificación pasó al ejército federal hasta 1992. Los nuevos pisos conservan sólo el armazón externo. “A muchos les han añadido balcones, pese a que son edificios catalogados desde 1994, ¿qué protección de monumento histórico es esa?”, critica la historiadora Katja Lucke. En el 2011 se rehabilitó un bloque para instalar un albergue juvenil y no se autorizó a añadir balcones. Ahora hay permisividad; se ven balcones por doquier.

http://www.lavanguardia.com/autores/maria-paz-lopez.html

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