Ese supuesto limbo entre dos patrias (pero no) que lleva desde el 1952 el estatus de Estado Libre Asociado. Nuestro vecino, con el que compartimos geografía, lengua, historia, raíces, etnia, colonia, sangre y apellidos.  Isla hacia donde, en  ruta desde aquí,  los dominicanos y dominicanas inmigrantes han construido un puente de cadáveres y restos de naufragios de yolas, que atraviesa el Canal de la Mona y por el que tal vez podríamos llegar caminando sobre las olas y las aguas.

A nadie le duele Puerto Rico. Sus dueños desentendidos estos días, después de haberlo ordeñado, prefieren entremeterse en otros lados. Los gringos hablan más de Grecia, de Haití y de embargos a la República Dominicana, que de esa sola estrella que en algún momento consideraron se desprendía de su propia bandera multiestrellada.

A nadie parece que le duele Puerto Rico, ese pequeño país del Caribe al que se considera en la actual coyuntura  global, la Grecia del Caribe.  Dolor de cabeza para el gobierno de Obama, la otrora playa mimada del imperialismo no representa para este nada más que un problema en los momentos actuales.

A todo el mundo parece sorprenderle la total bancarrota de Puerto Rico, menos a los puertorriqueños. Ellos saben cómo ha sido paulatina esta caída hasta la total desesperanza.“Crónica de una muerte anunciada”. Cuando el Gobernador de la isla, Alejandro García Padilla, declaró al mundo que la deuda de la isla es «impagable», 72,000 millones de dólares, el gobierno de Barack Obama hacía lobby en Europa para que la Comunidad Europea le metiera la mano a Grecia por los 320,000 millones que debe ese país, pero a Puerto Rico, a Borinquen, a la Isla del Encanto cuna de Eugenio María de Hostos, Manuel Rojas, Julia de Burgos, Pedro Albizu campos, Lolita Lebrón,  el coquí, la bomba y la plena, el Gobierno de Barack Obama no le ve ninguna posibilidad de rescate.

Puerto Rico está arruinado. Con un desempleo que llega al 10%, y el 45% de los portorriqueños viviendo ahora mismo por debajo del umbral de la pobreza; con cientos de negocios cerrando, colegios clausurando, la tasa de suicidios incrementándose, impuestos por las nubes, apagones, falta de agua, escalada de la delincuencia y de la violencia, Puerto Rico se desangra.

Pero si fuera Delaware, ese micro estado norteamericano, el que estuviera en bancarrota, podría acogerse a las normas de quiebra de los E.U.A. para enfrentar sus deudas. Puerto Rico no. Puerto Rico es un Estado Libre Asociado, al que por ser libre asociado no se le tienen contemplaciones (ni legislaciones para la contingencia); así que como se escupe el bagazo de la caña cuando se chupa, Norteamérica se desentiende de la Isla del Encanto.

Pero los boricuas son bravos.  Han mantenido su lengua y sus costumbres resistiendo en silencio pero de manera constante, con un patriotismo que pocos les conceden, pero que siempre ha sido bravo.

Y si a nadie le duele Puerto Rico a mí me duele. Porque de todas las cosas que soy, soy un híbrido de estas dos islas;  la mitad de mi corazón sigue allí instalada, parte de mi infancia transcurrió allá, cuando mi padre se fue al exilio.

Mi abuelo paterno, Alfonso,  era un sinvergüenza, bígamo, con dos familias instaladas, una allá y la otra aquí, quien después de dejarle seis hijos a mi ilustre abuela Francia Deligneentre viaje y viaje desde Cabo Rojo hasta San Pedro de Macorís, se desapareció para siempre quedándose del otro lado. Puerto Rico es además la segunda Alma Mater de mi hija mayor, quien le debe a Mayagüez una formación que le ha permitido catapultarse a su doctorado en Rensselaer.

(Y hablando de mi hija, vale la pena ahora recordar que una vez fue a bucear a la isla de Culebra y por poco se ahoga del impacto que fue para ella ver en el fondo del mar las maletas llenas de ropa, pertenencias y sueños, de la gente que se nos va desde La Lisa, Nisibón, etc, en enormes y desesperadas yolas).

A mí me duele Puerto Rico y escribo esto para que a ustedes también les duela. Porque por si no lo sabían, esa carga que se dice está siendo  la migración haitiana para nosotros, es muy parecida a la que hemos representado los dominicanos que hasta allá llegamos buscando pan y vida.

Se habla mucho de Grecia en los medios y redes sociales, pero no de nuestros hermanos y hermanas borinqueños.  Y están ahí mismo, al ladito, en este Caribe nuestro de Anacaona y Agüeybaná.  A la distancia de un puente metafórico de ahogadas y ahogados dominicanos.

 Por Martha Rivera-Garrido

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