Si los partidos políticos en verdad quisieran la transparencia no se dejarían avasallar por las diferencias sino que pondrían en primer plano las cosas que los unen, que se sobreentiende son las de interés público. La sanidad del Erario debe ser la razón principal del accionar político. Cada día lo pasamos viviendo matices nuevos del escándalo Odebrecht, que sólo es una forma de corrupción. Lo esencial en el tema es el castigo, o dificultarla. Definir un régimen de consecuencia claramente establecido debía ser lo prioritario. Y Además hacerlo cumplir.

Pero esto es lo ideal.

Los partidos políticos actúan sobre una geografía legal en la que actores “apolíticos” o sin militancia pública también reclaman papeles protagónicos. También las fuerzas económicas como tales entran en la escena y escriben sus propios argumentos.

El pueblo es el público que paga la taquilla. Es manejado por la publicidad y el mercadeo. Más allá del patio de butacas está la invisible realidad. Esa que se oculta tras el humo escénico.

Los partidos, los dirigentes, los aportantes y los representantes de cada uno de ellos en el show saben que la transparencia es limitante. La moral política y la que se reclama al pueblo tienen diferente caligrafía. De eso no se habla.

Se hace un aspaviento cada vez que alguien es atrapado en falta. Las críticas de sus colegas no es al pecado cometido sino a la estupidez de dejarse atrapar en falta.

Hace muchos años se debate una ley para enmarcar los partidos políticos. Van y vienen tesis y contratesis. En cada ocasión alguien hace el papel de malo y rompe el curso del entendimiento. Se retrasa por cualquier quítame esa paja la adopción de la legislación reclamada. En el corazón del cuerpo social late el rechazo al marco legal.

Los políticos no quieren control, los patrocinadores tampoco. No desean que la claridad señale quienes apoyan y con cuanto a cada sector.

Si fuera verdad que quieren conjurar la corrupción que financia a los partidos ya habría una ley y los tribunales para el castigo. Así ocurriría con las medidas para el cumplimiento del presupuesto nacional, la fiscalización de las obras y la declaración jurada de bienes.

Pero lo que veo es un juego de pelota. Periódicamente alguien critica la corrupción sin penalidad como reclamo para distraer.

Cada día vivimos el teatro de la hipocresía.

Alfredo Freites/ListinDiario

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