Santo Domingo

La iglesia Católica tiene la costumbre de que  cada obispo o sacerdote redacte un testamento y lo entregue a las oficinas de su propio obispado para ser abierto luego de su muerte. Eso hizo el recientemente fallecido arzobispo emérito,  monseñor  Juan Antonio Flores Santana.

El testamento fue abierto el día  de su muerte, el pasado domingo 9 de este mes,  y dado a conocer en sus funerales el pasado martes,  11 de noviembre, cuando se llevaron a cabo. A continuación el texto íntegro del testamento del religioso que murió en Santiago.

“Bendita sea la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén. En realidad no tengo que hacer testamento, pues no tengo cosas propias que dejar, pero lo hago para que conste. Desde la niñez sentí que el Señor me daba la gracia de la vocación sacerdotal, y la de vivir los consejos evangélicos de obediencia, pobreza y castidad, no en una Orden o Congregación religiosa, sino como sacerdote diocesano. Con la gracia de Dios y la protección constante de la Virgen María, a pesar de mis fallas, limitaciones y pecados, siempre me he sentido realizado y contento. Por eso quiero cantar eternamente las misericordias del Señor y las alabanzas a nuestra Madre María Santísima. No he tenido ni tengo cosas propias, salvo las de uso personal. Todo lo que administro lo considero de la madre Iglesia a la que sirvo; y a través de la cual, Jesucristo me ha dado todo. Mis padres, con la vida, me trasmitieron la fe y amor a Dios, y a la Iglesia; así como el uso ordenado (sin apego desordenado) de las cosas de la tierra. Agradezco a mis familiares que siempre me han apoyado en mi vocación; y a algunos de mis hermanos(as) y sobrinos, de mejor posición económica, de quienes he recibido ayudas materiales para obras sociales y de la Iglesia. No tengo tierras, ni casas, ni cuentas en el banco, ni automóvil a mi nombre; por eso no dejo ninguna herencia material a familiares, ni a nadie.

Lo que me ha entrado en vida, fuera de los gastos indispensables, lo he dado a las obras de la Iglesia y a los pobres. Los objetos personales son pocos y carecen de valor. Mis libros los he ido distribuyendo en los seminarios. Los que me quedan la Iglesia puede disponer de ellos para alguna institución que le puedan ser útiles. He admirado al papa san Pío X, que al morir pudo decir: “Nací pobre, viví pobre y muero pobre”. La única herencia que dejo a los familiares y al pueblo de Dios es espiritual. He tratado de transmitirles el mensaje completo de Jesucristo, mensaje de conversión, de amor, de justicia y de vida eterna, de palabra y por escrito. También he tratado de ser testigo del amor de Dios a los hombres, reconociendo, a la vez, mis pecados, como dije antes. No quiero terminar sin antes expresar mi gratitud a mis padres, hermanos y sobrinos (ya mis padres y la mayoría de mis hermanos en el cielo) y de tantas otras personas por tanto amor, cuidado y ayudas espirituales y materiales que he recibido de ellos(as) desde mi niñez; así como a mis primeros maestros, y a la Compañía de Jesús, de quien recibí la formación eclesiástica desde los 14 años en el seminario menor, y en otros centros de estudios durante 16 años. Padres y Hermanos Jesuitas llenos de sabiduría, de caridad y de santidad. Pido a Dios que bendiga a todos.

Quiero que las exequias y entierro sean bien sencillos, y al final se cante el magníficat.

NOTA: Este testamento sustituye al que hice en La Vega el 17 de noviembre de 1983, donde expresaba más o menos lo mismo.

Fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, 11 de febrero de 2007, Santiago de los Caballeros, R. D.”

(Sigue su firma a puño y letra)”

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