Una joven y su camarógrafo están reportando el turismo y de repente un ex compañero de labores los asesina en vivo, al aire, incluso subiendo los vídeos a sus redes sociales para que todos lo veamos. Los medios estallan en rating y el asesino logra su cometido de que todos vean su rostro, busquen su historia, lo hagan notorio, aunque sea por algo negativo. Lo mismo pasó con el asesino de John Lennon, quien buscando “pauta” mató al astro y abiertamente dijo que buscaba pasar a la historia. Hay gente enferma, loca, que solo busca ser “alguien” porque son nadie. El problema es que cada vez más los medios los ponen en primera plana, en portada, buscan datos de su juventud, de sus parejas y tratando de explicar su locura terminan promocionando para que otros también lo hagan.

Los medios de comunicación han probado ser armas de revolución, catalizadores de causas sociales, tremendos negocios protegidos constitucionalmente y también excelentes plataformas sensacionalistas para obtener fama. Cuando se sensacionalizan tragedias se puede decir que estamos frente a un periodismo fracasado. Gran parte del problema se debe a que ahora hay noticias las 24 horas y no siempre está ocurriendo algo noticioso que deje rating. Así que van impulsando noticias por todos lados y la producción de estas se caracteriza así como historietas de novelas. Como si la tragedia fuera “una miniserie”.

Para retener audiencia, sinónimo de ratings y ganancias para operar, se entra a una competencia feroz sobre quién le “reporta” mejor a su audiencia. Y, seamos honestos, cuando una cadena de noticias nos vende una “noticia de última hora”, por más morbosa que sea, la seguimos y se crea en la industria mediática y define lo que es noticia a base de lo que la gente ve, no de lo que es importante. Si es o no noticia, o si se reportó como debe ser, ya pasa a un segundo plano.

Las historias trágicas siempre van a acaparar la atención del público y me gustaría pensar que la cobertura de estas genera entre las masas un grado de conciencia, solidaridad e indignación de tal magnitud que nos mueva a denunciar la violencia, la desigualdad social, la legislación inexistente y el reconocimiento de derechos humanos. Y, sin dudas, ha habido casos estrellas donde ocurre. Pero como dijo alguna vez alguien a quien al menos yo le voy a dar algo de credibilidad: una muerte es una tragedia, un millón de muertes es una estadística.

Los medios de comunicación se han dejado consumir por un periodismo de suspenso en vez de uno investigativo. Y esto va mucho más allá de la desinformación: desensibilizamos la sociedad y normalizamos la violencia. Es normal despertar y ver que dos periodistas fueron vilmente asesinados o que hubo un tiroteo masivo en una escuela elemental. ¿Tragedia o estadística? Peor, es normal y propio de la era tecnológica que solo con un ‘click’ podamos ver cómo fueron estos periodistas asesinados desde el lente del asesino. ¿Nos cuesta darle ‘click’ a ese vídeo? ¿Compartirlo en nuestras redes? Claro, si fuera nuestro familiar o amigo como poco pensaríamos dos veces antes de verlo o compartirlo. Y esta desensibilización ante tragedias y el sufrimiento ajeno es una cara de la moneda que por sí sola nos debe espantar, pero ¿dónde queda la responsabilidad ética?

La libertad de prensa y expresión son altamente protegidas. Y la censura de los medios de comunicación es rechazada por la Constitución. La calidad periodística y el compromiso de informar al pueblo jamás deberían ser sacrificados o censurados por un gobierno que busca con ello amedrentar a los periodistas y su labor investigativa. Si no nos convence el hecho de que estamos consumiendo y promoviendo el periodismo sensacionalista al ver esto y por tanto pidiendo más de ese tipo de noticias, piense que quienes incurren en este tipo de crimen lo hacen con la motivación y la certeza de que van a obtener este tipo de exposición mediática. Y para estas personas, quienes en su mayoría padecen de problemas de salud mental, este tipo de “gloria”, relevancia y notoriedad atadas a su nombre para el resto de la historia carga suficiente sentido y estímulo para cometer el crimen. Si los que buscan este tipo de fama saben de antemano que sus nombres y fotos no van a salir en canales prominentes, seguramente no le ven tanto sentido y ‘adrenalina’ al crimen.

Lo que los sociólogos llaman el “copycat effect” también entra en juego y la tendencia de imitar crímenes parecidos, que los medios tan detalladamente reseñan, nos debe alarmar. En los años 80, por ejemplo, se comprobó que los suicidios en el metro de Viena mostraron una reducción ante simples cambios de cómo los medios les daban cobertura. Se puede lograr un balance entre informar responsablemente y desalentar el sensacionalismo, la enferma presunción de ‘fama’ al imitar estos crímenes y la morbosidad. Los medios no pierden calidad periodística si eliminan las voces de pasajeros gritando segundo antes de estrellarse un avión o si se rehúsan a hacer cumplir la voluntad de un asesino de que sus vídeos sean compartidos mundialmente, sus nombres recordados para la posterioridad por encima del de sus víctimas y sus imágenes inmortalizadas para la historia. Sin embargo, la sociedad sí pierde cuando se le alimenta diariamente de este tipo de periodismo.

Cuando no se frenan estas conductas, llega el lamentable momento donde no podemos distinguirlas y el efecto es generacional. Como nos ilustró el entonces juez asociado del Supremo boricua, Jaime Fuster en su disenso en Pérez Vda. de Mujer v. Criado Amunategui: “Continuar publicando las fotos referidas sólo puede responder a un interés morboso en divulgar la imagen de un cadáver macabro o, lo que es peor, al deseo de denigrar crudamente la memoria del fallecido. La libertad de prensa no protege tales intereses”.

A los medios, por favor, si no entendemos con la muerte de una de las nuestras que fomentamos esas matanzas al poner el nombre, la foto e indagar cuanto detalle del asesino cumpliendo con lo que él quería ¿cómo lo vamos a entender? ¿Qué nos falta para comprender que al cubrir esa noticia de esa forma solo provocamos que haya más de eso? A mí no me interesa ni el nombre, ni el apellido ni la historia de este sujeto, solo quiero ver a las víctimas y sus nombres para que nos sirvan de ejemplo de lo que debe ser la sensibilidad que nos distingue como humanos. A la audiencia, no vean ni ‘clickeen’, ni escuchen estas noticias. Al hacerlo, solo estás pidiendo más de eso, aunque lo veas para criticarlo.

La libertad de prensa es hermosa… su libertinaje es cómplice.

www.primerahora.com

Por Jay Fonseca
Esto tiene Salvación

 

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