Bajo ninguna circunstancia permitiré que la canalla mediática frustrada y envidiosa– uno de cuyos máximos exponentes se refugió como embajador en una misión Centroamericana en el gobierno más perverso que ha tenido el país–, cuestione mi moral y mi conducta de casi medio siglo como periodista y diplomático.

Tampoco aceptaré que el silencio cómplice de la Cancillería valide todas las perversidades lanzadas contra los embajadores dominicanos acreditados en el exterior, entre los cuales me encuentro desde hace diez años, y que esa orfandad de apoyo se traduzca– como ocurre actualmente–, en desgano y desidia de los jefes de misión en el extranjero.

Ya lo dijeron otros embajadores, entre ellos Víctor Grimaldi y Hugo Guilliani, que respondieron oportunamente a esta campaña maliciosa poniendo las cosas en su lugar… Los embajadores, más que responsables, somos también víctimas del clientelismo de gobiernos, presidentes y cancilleres que recargan miserablemente las misiones diplomáticas con personal innecesario.

En mi caso particular, no he hecho nombrar jamás a un familiar o amigo en ninguna de las embajadas puestas a mi cargo, a pesar de mi reconocida amistad con los presidentes Fernández y Medina…

… Y más que enriquecerme, he ido al servicio exterior a empobrecerme, a gastar mis escasos recursos económicos ahorrados con disciplina y trabajo sin descanso por más de medio siglo…

Disciplina, austeridad

Como embajador he actuado con dignidad, jamás me he beneficiado de las liberaciones impositivas que corresponden a las embajadas y a los embajadores estatuidos en la Convención de Viena; me he conducido siempre con probidad, con austeridad, sin ostentaciones, sin lujos…

No bebo, no fumo, no juego, no tengo vicios; acudo sólo a los compromisos que me imponen el cargo cuando me resulta imposible transferir esas obligaciones. No visito centros de lucesitas ni me asocio con nada ni con nadie. Soy, dicho en buen criollo, un personaje aburrido.

Jamás he hecho negocio de ninguna naturaleza ni ando cazando inversionistas supuestos o reales para beneficios personales, como tampoco le acepto esas desviaciones al personal bajo mi mando.

En cambio, en las dos misiones que he estado antes de llegar a Panamá– la de Chile y la de España–, reduje notoriamente la nómina, comuniqué infinidad de veces las irregularidades halladas al Mirex en oficios reiterados que conservo, y me eché un lote de vainas mandando al personal innecesario para sus casas.

Qué hallo, qué dejo…

Cuando llegué a Chile en 2005, la embajada funcionaba en 80 metros cuadrados de un piso 18 y había 29 funcionarios designados. Cuando salí, más de tres años después, había 9 funcionarios y la embajada estaba instalada en una residencia bellísima de Las Condes, con más de mil metros cuadrados, con jardines bien cuidados y un césped que parecía una alfombra verde. Para eso tuve que meter muchas veces la mano en el bolsillo.

Cuando llegué a España, en abril de 2009, había 32 funcionarios designados a pesar del gran esfuerzo que hizo mi predecesor, Alejandro González Pons. Al salir, Aníbal de Castro hereda nueve funcionarios asistiendo a su trabajo con dos tandas de cinco horas, con disciplina y el máximo rigor.

La residencia del Estado donde vive el embajador en Madrid está completamente remodelada, con mobiliario restaurado y otros modernos recién adquiridos, y todo completamente saneado.

En la mesa de trabajo del Embajador, el nuevo incumbente encontró los planos y el presupuesto para remozar la embajada, reequiparla y hacerla más funcional. Mañana sigo…

César Medina
Lobarnechea1@hotmail.com

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