Nairobi,
Cada vez son más los jóvenes que, pretendiendo darle un nuevo sentido a sus vacaciones, cogen la mochila y aterrizan en cualquier organización no gubernamental (ONG) de África para ayudar durante unas semanas. Tiempo, empatía, ilusión…¿y mucho dinero?.

Numerosas ONG han detectado un lucrativo negocio en esta creciente necesidad de ayuda, y ahora fomentan un voluntariado de pago para financiar sus proyectos ante la merma de ayudas públicas.

«Se han redirigido a captar voluntarios, a crear proyectos en torno a ellos y financiarse con las cuotas que se les cobra», explica a Efe Laura Carmona, experta en cooperación internacional para el desarrollo con África Subsahariana.

Entidades como Children of Africa, un ejemplo que representa a decenas, cobra a los voluntarios 350 euros al mes, precio que incluye la tasa de inscripción y la manutención.

A esto hay que sumar una media de 600 euros de vuelo desde España y 40 más de visado para entrar en Kenia, uno de los países con más presencia de ONG.

«El voluntariado se ha convertido en un negocio que nada tiene que ver con la cooperación internacional. Parece que solo importa el dinero y que por tanto va dirigido a personas que pueden permitírselo», lamenta Carmona.

Este modelo atrae a cooperantes más interesados en vivir experiencias e imponer conocimientos que en comprender a una comunidad local y tratar de apoyarla.

«El voluntario es una persona de paso, no remunerada y no experta en el campo, lo que afecta a la incidencia de los proyectos y a las comunidades locales, que ven pasear a extranjeros pudientes que desconocen la idiosincrasia local y que creen saber qué necesitan los locales», critica la experta.

La visión de los principales implicados, los voluntarios, es dispar. Algunos entienden que es justo pagar por su alojamiento y manutención, mientras que otros opinan que su trabajo, por el que no perciben ningún salario, debe cubrir al menos este apartado.

«He colaborado en un centro hospitalario ejerciendo la medicina y la ONG cubría mis gastos, es algo que me parece fundamental, pues ofreces un trabajo profesional de forma voluntaria», subraya Ana Gutierrez, que coopera con Fundación Pablo Horstmann en Etiopía.

«Unos 75 euros a la semana creo que es un precio justo porque el 35 % se destina a cubrir mi alojamiento y dieta. Se trabaja con muchos niños y de alguna manera hay que financiarlo», opina Zaida González, voluntaria en el orfanato keniano Chazon.

Esta forma de financiación de las ONG tiene una sostenibilidad caduca, ya que los proyectos solo podrán mantenerse mientras se nutran de voluntarios.

Otro de los modelos de cooperación que proliferan son las llamadas «vacaciones solidarias», una combinación de visitas turísticas al país acompañadas de un voluntariado en los proyectos de la ONG que lo organiza.

Vanesa Lozano, de la ONG África Sawabona con sede en Senegal, defiende este modelo ante la progresiva reducción de aportaciones públicas: «El simple hecho de viajar es una escuela. Conocer otros estilos de vida te enriquecen como persona», explica a Efe.

Sin embargo, para Carmona, el resultado es el mismo: «Los viajeros financian un proyecto que no logran conocer a fondo. Son personas no seleccionadas que caen en las comunidades en paracaídas».

Consciente de la necesidad de las ONG y de la sincera voluntad de muchos de los jóvenes que se embarcan en estas altruistas aventuras, cree que una mayor formación por parte de las ONG a los voluntarios mejoraría la experiencia de una forma bidireccional.

«Al igual que con el voluntariado, unas vacaciones solidarias con un buen seguimiento y formación por parte de la organización puede darle un sentido a este tipo de viajes, invitándolos a profundizar más y conocer los contextos que han dado lugar a las necesidades», propone.

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