El «Finito» de Manoguayabo que llegó a Cooperstown
Cooperstown, Nueva York.-
Desde su infancia en un barrio humilde a las afueras de Santo Domingo, Pedro Martínez tuvo que luchar contra los estereotipos.
Que era demasiado pequeño y frágil para lanzar en las Grandes Ligas. Que el único motivo por el que los Dodgers le abrieron las puertas de su academia era por ser el hermano menor de Ramón, un cotizado prospecto del equipo. Que no tenía el temple necesario para controlar sus emociones.
«Me parecía que era aceptable», recordó el entonces coach de la academia de los Dodgers en República Dominicana, Elodoro Arias, en la biografía de Martínez. «Pero no como para ser un pelotero profesional. Tenía que dedicarse a los estudios».
Martínez sí llegó a ser pelotero profesional. De hecho, fue uno de los mejores pitchers de su generación. Y el domingo, se convertirá en apenas el segundo dominicano con una placa en el Salón de la Fama del béisbol.
El chico de Manoguayabo, conocido en su adolescencia como el hermanito de Ramón y por el apodo de «El Finito» por su excelente control y delgado físico, se convirtió en uno de los lanzadores más temidos en el béisbol de las mayores a finales de los 90 y principios de los 2000.
Sus temporadas de 1999 y 2000 con los Medias Rojas figuran entre las dos mejores para un pitcher en la historia del béisbol, con marca acumulada de 41-10, 1.90 de efectividad y 597 ponches. En 18 campañas con los Dodgers, Expos de Montreal, Boston, Mets de Nueva York y Filis de Filadelfia, Martínez sumó récord de 219-100, 3.154 ponches y efectividad de 2.93.
Nada mal para un jugador que vivió sus primeros años en el béisbol con el constante temor de que lo mandarían de vuelta a la República Dominicana.
«Las probabilidades estaban en su contra, por su cuerpo, por su estatura. Y desde esa perspectiva, su intrepidez lo hizo superar todos los retos que enfrentó», dijo Dan Duquette, el gerente general de los Expos que adquirió a Martínez en 1993 en un canje con los Dodgers, y que cuatro años después volvió a ficharlo en un canje, esta vez para los Medias Rojas.
Martínez eventualmente llegó a ser llamado simplemente Pedro, la señal inequívoca de que un atleta trascendió cierto nivel de fama y no necesita de su apellido para ser identificado.
Idolatrado por los seguidores de Boston, equipo al que en 2004 ayudó a conquistar su primera Serie Mundial en 86 años, el derecho ganó tres veces el premio Cy Young (1997 con Expos, 99-00 con Medias Rojas) al combinar una explosiva recta, dominio total de la zona de strike, y una actitud temeraria a la hora de lanzar adentro.
«La manera en que llegué (a las mayores) fue una gran motivación para mí», relató Martínez en una reciente conferencia telefónica. «Fue algo que me hacía reflexionar sobre mi procedencia y sobre a dónde podía llegar. Así que tomé la decisión de nunca regresar a ese lugar».
«Y siempre me automotivé, y siempre que enfrenté alguna adversidad, lo tomé como una oportunidad para salir adelante, para tratar más duro y para tratar de conseguir incluso más».
Ese ímpetu lo llegó a meter en algunos aprietos, como la vez que lanzó al suelo al coach de banca de los Yanquis, un Don Zimmer de 72 años, en medio de un altercado en la serie de campeonato de la Liga Americana de 2003 contra los Yanquis.
Martínez también se ganó cierta fama de ser un «cazacabezas», un pitcher que gustaba de lanzar más pegado de la cuenta. Pero ese dominio lo ayudó a ser uno de los abridores más exitosos en la denominada «Era de los Esteroides», una época en la que bateadores inflados como Hulk destrozaron toda clase de récords de jonrones.
«No hubiese querido que fuese de otra manera, así lo quise, y así lo hice», señaló. «Probablemente enfrenté a los mejores que pude enfrentar y lo hice de la manera correcta».
Martínez se suma a otro lanzador, Juan Marichal, como los únicos dominicanos en Cooperstown. Marichal fue exaltado en 1983.
AP