WASHINGTON.- A Donald Trump le gustan los símbolos. Primero fue un muro. Con eso quiso graficar la idea de su política de inmigración.

A partir de hoy, con una larga visita a Detroit, buscará que esa ciudad arrasada se convierta en la imagen viviente de la promesa de «hacer América grande otra vez», el eslogan con el que llegó a la presidencia.

No importa si del muro se habla más de lo que se construye. No se ha puesto siquiera un ladrillo. No hay un dibujo, tampoco. Pero del inexistente muro de Trump se habla aquí como de una cosa viviente. Palpable.

El presidente repetirá hoy lo mismo con Detroit. La ciudad que declaró la mayor quiebra del país, con una deuda de 20.000 millones de dólares y que, con un paisaje desierto, es símbolo palpable de los estragos que pueden generar la globalización y el capitalismo digital.

Bastión industrial, hace medio siglo Detroit representaba el futuro de un modelo fundamentado en la tecnología. Cuna de las grandes automotrices -Ford, General Motors y Chrysler- experimenta hoy un retroceso del que Trump quiere sacarla con su visita, para bendecirla como símbolo de su sueño.

Entre un extremo y otro -entre la gloria y la decadencia- perdió a más de la mitad de su población. De casi dos millones en la década del cincuenta a los 700.000 empadronados en 2010.

Experimentó el abandono de viviendas en barrios enteros y se vio incapaz de prestar servicios básicos -luz, limpieza de calles, seguridad- porque los impuestos no alcanzaban para cubrir una zona tan extendida y, a la vez, tan escasamente poblada.

Un muro inexistente y una ciudad que lucha para no convertirse en un pueblo fantasma. Esos son, hasta ahora, los dos símbolos a los que apela Trump para dos de sus grandes promesas: frenar la inmigración y rescatar un modelo industrial basado en la producción enteramente nacional.

Dos termómetros cuya evolución ofrece como símbolos físicos de lo que quiere cumplir.

AFP

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