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Sao Paulo, Brasil.- Ni los mejores guionistas de las telenovelas brasileñas habrían imaginado una trama tan atractiva: una popular mandataria que superó un cáncer linfático esperaba reelegirse a la presidencia sin sobresaltos tras haber soportado multitudinarias protestas y críticas por la organización del Mundial. Pero, de repente, otra mujer, con una rebosante vida de superación y lucha contra el hambre y la pobreza, la retó como ningún otro.

Se trata de una batalla entre dos excepcionales sobrevivientes, Dilma Rousseff y Marina Silva, en una contienda presidencial que se celebra mañana y que aún no está libre de giros dramáticos.

La irrupción de Silva ocurrió luego de que un aparatoso accidente aéreo segó la vida del candidato original de su partido y le dio un impulso inesperado a su nombre. Aprovechó el ‘momentum’ y logró conectarse con el inconformismo de miles de personas que el año pasado protagonizaron multitudinarias manifestaciones en contra de la corrupción del sistema político brasileño y la deficiente prestación de servicios públicos.

Su ascenso vertiginoso en las encuestas la llevó a liderar los pronósticos electorales y lo más probable es que fuerce una segunda vuelta electoral que se celebraría el 26 de octubre si ninguna de las dos candidatas consigue el 50% de los votos.

Su caída, no obstante, ha sido ostensible pues la carismática ambientalista no logró que el elector promedio superara el miedo a perder las conquistas sociales logradas en los últimos años mientras que Rousseff protagonizó una espectacular remontada en las encuestas echando mano de una agresiva campaña política en contra de Silva.

«Marina ganó terreno rápidamente. Representó lo que se podía hacer, lo que podría suceder en Brasil», dijo Peter Hakim, presidente de la organización Diálogo Interamericano, con sede en Washington D.C. «La gente no tiene dinero en el banco, no tiene casa, pero la batalla entre querer más y proteger lo que se tiene nunca ha sido más clara».

Ambas candidatas difieren en política económica y exterior. Rousseff ha continuado con los programas sociales del Partido de los Trabajadores (PT) que sacaron de la pobreza a 42 millones de personas para incluirlas en la clase media. Pero la economía ha caído en los últimos cuatro años a pesar de que el desempleo se sigue manteniendo en niveles históricamente bajos.

Rousseff seguiría interviniendo fuertemente en la economía, algo que los críticos dicen que no genera un entorno favorable para la inversión. De hecho, cada que Dilma sube en las encuestas el principal mercado de valores cae.

Silva se ha rodeado de un equipo económico que quiere dar independencia total al Banco Central y ampliar las fronteras de intercambio comercial más allá del Mercosur. Quiere que Brasil firme acuerdos bilaterales con Estados Unidos y países de Europa, que racionalice el gasto público e impulse reformas políticas para atajar la corrupción.

Dice que nombrará a miembros de su gabinete por méritos, que no entregará ministerios a partidos para lograr alianzas en el Congreso o para que su partido conserve el poder, que no buscará reelegirse y que presentara una iniciativa de ley que prohíba esa práctica. A sus 56 años, Silva, que cofundó el PT y ahora representa al Partido Socialista Brasileño, aún tiene opciones de convertirse en la primera presidente negra de Brasil.

Sus críticos señalan que quiere un gobierno austero y, al mismo tiempo, ampliar los programas sociales sin decir de dónde va a salir el dinero.

La estrategia de comunicaciones de Rousseff ha capitalizado estas aparentes contradicciones en comerciales de televisión. En uno, la mandataria dice que Silva quiere «entregar a los banqueros un gran poder de decisión» sobre la vida de los brasileños. Luego, en otra escena, una familia se apresta a cenar pero la comida va desapareciendo: la ensalada, el jugo, los platos principales y hasta los cubiertos.

Para contrarrestar la campaña negativa Silva empezó a utilizar su historia de vida en un intento por conectarse con los brasileños más pobres y con esos 42 millones de personas que han salido de la pobreza gracias a las políticas de Luiz Inácio Lula da Silva y el continuismo de Rousseff.

Esa historia habla de una niña sin educación proveniente de una familia pobre de 11 hijos, que acompaña con una retórica política que dice que los brasileños pueden aspirar a más que sobrevivir.

En uno de los comerciales más emotivos, Silva frunce el ceño, apunta con el dedo índice y dice «yo sé lo que es pasar hambre» antes de que se le quiebre la voz al relatar la historia del sábado santo de 1968, cuando su madre sólo tenía un huevo, un poco de harina, sal y algunos trozos de cebolla para alimentarla a ella y a sus diez hermanos.

«No es un discurso. Es una vida», remata el comercial. Silva nació en una plantación de caucho en el Brasil profundo, el estado norteño de Acre. Su padre provenía del otro extremo del país como miles más que hicieron parte de la oleada migratoria de los llamados «soldados del caucho», que llegaron a la selva amazónica a extraer el insumo de los árboles.

Contrajo malaria cinco veces y leishmaniasis, un mal provocado por la picadura de un mosquito que puede ser mortal si no se trata.

Preocupada por su salud, pidió a su padre que la dejara vivir en Rio Branco, una ciudad a 70 kilómetros de la selva, y recibir tratamiento para curar lo que después sabría que era una hepatitis. Estudió para ser monja, influida por la educación de su abuela, y a sus 16 años aprendió a leer en dos semanas, según ella.

Pero por más emotiva que sea su historia, analistas dicen que la campaña negativa contra Silva surtió efecto, así como el haber cambiado de partido político y una polémica con los homosexuales, pues se retractó de su propuesta inicial de reformar la constitución para permitir el matrimonio gay, lo que generó la percepción de que es una persona que no tiene fuertes convicciones y que cambia de opinión fácilmente.

Silva desestima las críticas y las tacha de «prejuiciosas» por ser cristiana evangélica, luego de haber estado en el catolicismo, pero admite que consulta la Biblia como fuente de inspiración. Es una lectora voraz que se levanta a las cinco de la mañana a meditar.

La votación del domingo es electrónica y se espera que en unas cuantas horas se sepa el resultado de una jornada electoral en la que pueden participar unos 140 millones de brasileños. Rousseff lleva en las encuestas 15 puntos porcentuales de ventaja sobre Silva, que tiene el 25% de las preferencias. Un tercer candidato, Aecio Neves, del Partido de la Social Democracia Brasileña, tiene el 20% y podría dar una sorpresa.

El analista de la Universidad de Brasilia, David Fleischer, dice que la mayoría de los brasileños quieren cambios, pero que aún se muestran satisfechos con lo logrado en los años de gobierno del PT. «Algunos quieren más de lo mismo, y esto es lo que está ofreciendo Dilma», dice Fleischer.

Una difícil elección que la resume Vania Oliveira, de 29 años, vendedora de un puesto de periódicos en Río. «Dilma y el Partido de los Trabajadores han estado en el poder durante tanto tiempo, y han ayudado a tanta gente.

Pero es tentador votar por Marina porque ahora tenemos que profundizar los avances. Necesitamos mejores servicios de salud, educación y seguridad. Hemos ganado mucho, pero queremos más», dijo.

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